Podemos comenzar cada
día con una meditación, respirando profundamente con un ritmo de descansos sosteniendo
el aliento. Luego orar o utilizar algún mantra u afirmación que nos mantenga en
armonía durante el día. Comenzar nuestras actividades con paz, bondad y
compasión para con nosotros y los que nos rodean es un gozo. Salgamos al mundo con
una sonrisa en el alma.
El problema central de
una pandemia es el contagio. Sin contagio no hay enfermedad. Podemos evitarlo
con algunos cambios simples. Años atrás en California llegó a casa de visita
una joven estudiante coreana. Como siempre abrí mis brazos para darle la
bienvenida. La joven se quedó petrificada. La pregunté qué sucedía.
Tartamudeando me dijo: “Mi padre nunca me abrazó.” De inmediato comprendí que
debía cambiar. Situaciones nuevas nos empujan a nuevas actitudes. La pandemia
del coronavirus produjo diez veces más
muertos en Italia, España y otros países latinos, respecto a países asiáticos
como Japón y Corea. ¿No deberíamos cambiar?
Arland Gilbert dijo:
«Cuando aceptamos trabajos difíciles como un desafío a nuestra capacidad y nos
metemos en ellos con alegría y entusiasmo, los milagros suceden». Cada persona
puede sentir la inspiración del saludo que supere la distancia de dos metros.
«Sean una luz ante ustedes mismos», dijo Buda. Permitamos que la luz de Krishna
o Cristo ilumine y abra el camino. La
primera condición ante la pandemia es mantenernos sanos y ayudar a otros a
estar sanos. Tener compasión y empatía para los necesitados y ayudar con
procedimientos sanos. No dejarse influir por falsos conceptos. No es la edad la
que determina cómo afectara el virus. En California murió una joven madre de 41
años, pero se sanó un veterano de guerra de 103 años. No son los años los que
se enferman o sanan. Son las condiciones espirituales, mentales y físicas de
las personas que determinan los efectos.
Es claro que si nos amargamos con las noticias, los comentarios de cómo
avanza la pandemia país por país, de los muertos y las posibilidades médicas
informándonos que no saben por qué algunos se sanan y otros no. Se puede pasar por momentos de angustia, de recelo o
simple inseguridad. Seremos exitosos si podemos mantener la calma y estar
centrados en nuestra conciencia espiritual.
En la medida en que nos mantengamos firmes con un pensamiento elevado ningún virus o bacteria podrá tocarnos, el escudo del Espíritu nos protegerá. Como pensadores espirituales podemos hacer la diferencia dando a nuestro prójimo paz en la adversidad. No seremos una hoja en la tormenta, sino una montaña que se eleva serena y hermosa en el horizonte de los acontecimientos.
En la medida en que nos mantengamos firmes con un pensamiento elevado ningún virus o bacteria podrá tocarnos, el escudo del Espíritu nos protegerá. Como pensadores espirituales podemos hacer la diferencia dando a nuestro prójimo paz en la adversidad. No seremos una hoja en la tormenta, sino una montaña que se eleva serena y hermosa en el horizonte de los acontecimientos.
Recuerdo una experiencia del director de
personal del hospital de Escondido, California. Él observó que ciertos días
cuando visitaban el hospital monjes budistas, el nivel de nerviosismo, de
ansiedad, de frenesí, se reducía y nacía una calma de la nada. Por lo tanto organizó
con el director del monasterio cercano una reunión, sobre técnicas de
meditación de todo un día sábado, para
el personal, en especial médicos y enfermeras. También asistieron
estudiantes de enfermería de la Universidad de California. Al final de la
reunión, una enfermera preguntó qué hacer cuando ya no hay fuerzas para caminar,
meditar ni orar. La respuesta fue: Acuéstese en el piso, con los brazos
abiertos, cierre los ojos y por veinte minutos respire, solamente respire
armoniosamente.
Podemos con calma ofrecer a otros una palabra de consuelo y firmeza.
Un pensador espiritual aplaca los temores y se fortalecen con la adversidad. Benjamin Disraeli dijo: «No hay mejor educación que la adversidad». La adversidad nos enseña a ser fuertes.
Permanecer con la cabeza alta y el corazón puro hace la diferencia.
Esto demanda limpieza mental. Thomas Merton dijo: «La mayor necesidad de nuestro tiempo es limpiar la enorme masa de basura mental y emocional que abarrota nuestra mente y enferma la vida política y social». Limpiar nuestras mentes y purificar nuestros corazones embellece y trae sanidad. Recordemos, la sabiduría es superior a la inteligencia.
Einstein dijo: «Los intelectuales solucionan problemas, los genios los evitan».
Es en los momentos más oscuros cuando
llegan intuiciones geniales. En sintonía con el Espíritu, nuestra mente se
orienta a la prevención de problemas, a evitarlos y dar soluciones inteligentes.
Aun cuando no podemos
predecir los resultados de nuestras acciones, nuestra ética es hacer siempre lo
mejor. Confiamos en que todas las cosas cooperan para el bien de aquellos que
aman el Bien. Reacciones intempestivas pueden producir problemas peores.
Mantener la calma es una acción sabia. Tampoco es bueno castigarse pensando en
lo que se podría haber hecho.
Perdonarnos a nosotros mismos y a los demás por
malas acciones sana el alma y restaura nuestra armonía. Pues el perdón es superior a la culpa.
Las crisis engendran
muchas soluciones. Debemos desligarnos de pensamientos de temor, practicar el
desapego y, desde una conciencia superior, afirmar: No soy un cuerpo, ni una
mente preocupada. Manifiesto el poder del Espíritu, voy a ser bendecido.
Podemos
ayudarnos y ayudar a otros si hacemos la
diferencia al ser una presencia luminosa. Llevar paz, sanidad y amor al mundo es
nuestro derecho inalienable.
©Pietro Grieco