Las noticias diarias parecen sugerir que los actos de
violencia reflejando crueldad y sadismo van en aumento. A su vez, la respuesta
de las autoridades, tratando de satisfacer el pedido de la gente, es de mayor
fuerza policial, mayor armamento y penas más severas. Esto, paradójicamente, no
ha logrado disminuir, menos aún eliminar la violencia. Hace poco leí el caso de
un joven que mató a un compañero en la escuela. En apariencia el joven muerto
era gay, y hacía gala agresiva de su homosexualidad, pretendiendo que el otro
era su amante.
El joven agresor se sentía perseguido e
inesperadamente, en una
clase, le disparó a sangre fría. La noticia fue que el crimen era un acto de
odio racial y homo-fóbico. Una investigación, tiempo después, mostró un cuadro
sumamente complejo. El joven gay era adoptado. Su madre biológica era
drogadicta afro-americana y de padre desconocido. La familia adoptiva hizo todo
lo posible para educarlo correctamente, pese a su carácter problemático. A su
vez, el agresor resultó ser hijo de padres separados, que había presenciado
cómo su madre era agredida por su padre. Un día, su padre en estado de
embriaguez, incluso, le disparó a su madre.
Como puede observarse, detrás de la noticia había jóvenes
provenientes de orígenes no armoniosos. Uno de ellos había sido abandonado (que
es una forma de violencia silenciosa), el otro provenía de un hogar con
agresiones físicas. Lo que indica que la violencia estaba en la base de sus
formaciones. Sin duda el incremento de castigos externos no cambiaría las
vivencias de su niñez. En estos y otros casos,
únicamente la benevolencia y la compasión pueden producir un cambio
interior generando comprensión y alegría.
El
precepto cristiano de amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos, no siempre
es fácil de aplicar cuando hay homofobia o discriminación racial, especialmente
si la otra persona es de otra religión, raza o condición social. Cuando esto
sucede hay otras prácticas espirituales que pueden ayudar a la transformación
individual y colectiva. Estudiosos de psicología en el siglo veinte
reconocieron el gran avance que tenían las prácticas orientales del Budismo,
del Hinduismo y del Taoísmo, sobre occidente. El Budismo, por ejemplo, propone
cuatro simples verdades y ocho pasos para alcanzar la iluminación o Nirvana, un
estado de absoluta paz y felicidad. En el proceso hay una purificación moral,
curación de problemas psicológicos y físicos que luego conducen a la elevación
espiritual. Tres cualidades que elevan al ser humano son la benevolencia, la compasión
y la alegría. Veamos qué efecto produce cultivarlas
La Benevolencia
La Alegría
Si podemos contemplar en nosotros la comprensión y
benevolencia seguramente encontraremos felicidad, sabiduría y serenidad.
Ese es
el momento de encontrarnos en el corazón de la Budidad,
un estado esencial del
ser.
En un mundo individualista y ególatra, muchas veces nos
puede parecer doloroso que seamos mal juzgados y condenados sin derecho a la
defensa. Lo cual puede darse reiteradamente entre seres queridos, dentro o
fuera del hogar. La discusión de quién tiene la razón y quién triunfa en un
argumento podrá dar una satisfacción momentánea, pero no ayudará a una mejor
atmósfera de armonía y comprensión mutua, pues carece de valor espiritual. Se
ha dicho que lo que rompe los bolsillos son las pequeñas monedas, no los
billetes grandes. Lo mismo sucede con los problemas diarios de convivencia, no
son los grandes problemas metafísicos o filosóficos los que producen las
fricciones que corroen las relaciones diarias, sino la mayoría de las veces son
pequeñas fricciones sucesivas por problemas intrascendentes. No todos los buenos
deseos ni las mejores intenciones que tengamos para nosotros y para los demás
son comprendidos en su total belleza y santidad. Cada centro de vida tiene una
perspectiva diferente y —de acuerdo a su estado— juzgará nuestros actos e
intenciones produciendo un efecto, que puede ser feliz o no.
A nivel colectivo, antes de recurrir a una mayor violencia,
es bueno para los que ejercen la autoridad considerar la recomendación de
Confucio. Un buen gobierno, sostenía, debe manifestar benevolencia hacia todos
los individuos, que en su época incluía esclavos y sirvientes. O sea una
benevolencia sin limitación de razas, condiciones sociales o religiosas. Así
como la violencia genera más violencia, de igual manera a mayor benevolencia
debemos esperar conductas más armoniosas y pacíficas. Es un compromiso que
busca lograr en la sociedad valores vitales, incluso para los aparentes “otros”
o “distintos”, al reconocer su humanidad como ellos pueden reconocer la
nuestra.
Para que la benevolencia y la compasión funcionen y
produzcan resultados, debemos ser íntegros. Veamos un ejemplo. Se cuenta que en
una oportunidad una madre viajó a pie muchos kilómetros para ver a Gandhi.
Cuando pudo hablar con él, le pidió que le dijera a su hijo que no comiera
azúcar pues le estaba haciendo daño. Gandhi le solicitó que volviera a pedirle
lo mismo dentro de un mes. La mujer sorprendida, por la respuesta luego de su
largo viaje, se fue perturbada con su hijo. Sin embargo, pese a no comprender
la respuesta, luego de un mes, decidió volver a ver al Mahatma. En esta
oportunidad el gran hombre se arrodilló frente al hijo, le tomó las dos manos y
le pidió que no comiera más azúcar, le dio un abrazo y lo despidió. La mujer,
nuevamente sorprendida, le preguntó a Gandhi por qué no se lo había dicho la
primera vez. Gandhi le respondió: “Porque un mes atrás yo todavía comía
azúcar.”
Saber manejar aspectos violentos puede ser un gran triunfo
sobre nuestro carácter y sobre las discordias innecesarias. Para el éxito son
de gran ayuda tener a mano herramientas como la benevolencia, la compasión y la
alegría. La única forma de beneficiarse con ellas es a través de una práctica
diaria. La cuestión es ¿dónde o qué debemos cambiar para que las pequeñeces no
estorben la armonía de nuestras relaciones? Siguiendo conceptos budistas los
cambios pueden ser en tres niveles:
Podemos cambiar
al nivel de nuestro comportamiento.
Podemos cambiar
al nivel de nuestro
discernimiento.
Podemos cambiar
desde nuestro
corazón.
Es importante cambiar nuestro comportamiento, si eso molesta
a los demás como a nosotros mismos. Cambiar a nivel del discernimiento es más
elevado y va a producir efectos más duraderos. Pero si cambiamos desde el
corazón, o sea desde los sentimientos más profundos, habrá un cambio real en el
largo plazo. Es el cambio desde el amor que inspirará discernimiento con
compasión; un comportamiento lleno de benevolencia y un afecto genuino que
generará alegría.
Jesús reconoció la dura realidad del mundo, que a veces hace
llorar y nos entristece enormemente, pero su promesa fue “vuestra tristeza se
convertirá en gozo”… y “se gozará vuestro corazón y nadie os quitará vuestro
gozo” (Juan 16: 20, 22). En algunos lugares del mundo como Tijuana o Ciudad
Juárez, México, no hay más remedio que aumentar las fuerzas del orden (policía
local, federal y ejército), para brindar cierta seguridad a la población. Pero
si no hay un cambio de conciencia moral, en el largo plazo, no habrá cambio
duradero, pues las mismas fuerzas del orden se corrompen. Muchas veces
nosotros, como Gandhi, para pasar de la tristeza a la alegría, debemos primero
cambiar nosotros. Si cambiamos —expresándonos desde nuestra propia integridad—
sin duda habrá demostraciones de poder espiritual. Siendo consistentes y
pacientes en nuestra práctica, refinamos nuestro ser, removemos la amargura y
el sufrimiento de nuestras vidas, y generamos felicidad para nosotros y para
los demás. Con la práctica diaria:
La felicidad
La logramos practicando
la benevolencia.
La dulzura y la dicha
Practicando la compasión, y
El bienestar
Manifestando
alegría.
*Tomado
del libro Sintonía con el Ser, página 293, Buenos Aires, 2014
BUSCANDO LA BENEVOLENCIA
©Pietro Grieco