Meditación y Respiración
Para meditar los manuales
tradicionales consideran dos aspectos previos:
a) el lugar y
b) la preparación
individual.
Antiguamente algunos individuos se apartaban de la sociedad y se
retiraban al desierto, a las montañas o a los bosques. De esa forma creían
evitar los problemas mundanos y obtener la tranquilidad para meditar —por largas horas como una flor
de loto— todos los días. Muchos maestros enseñan que este es el camino. Esto es
un mito. Pues vayan donde vayan las personas llevan su problema a cuestas: su
propia mente. Cualquier persona que esté quince minutos sentada sabe que tiene
que moverse, tiene sed o precisa satisfacer necesidades imperiosas. Claro, con
cojines, apoya-brazos y otras ayudas, puede una persona quedarse quieta más
tiempo ¿una hora, dos horas, tres? Pero finalmente —aun entumecida— tiene que
moverse. La creencia de que una persona para meditar tiene que convertirse en
una piedra es una tontería. Lo que es verdad, es que para meditar hay que
aprender a conquistar un silencio interior. Estar en paz. Meditar es no pensar.
Meditar es serenar la máquina
infernal: la mente. Mi experiencia es que podemos meditar muy bien sentados en
el suelo, en una silla con la espalda recta, haciendo caminatas de meditación,
e incluso, acostados. Algunas de mis mejores meditaciones —posiblemente por la
misma dificultad—, han sido estando parado. Si para logar paz tenemos que estar
en un monasterio, entre apartadas montañas, ¿qué hacemos cuando estamos volando
entre nubes y nuestro avión es zarandeado de lo lindo? ¿Nos ponemos a llorar?
¡De ninguna manera! Ese es el mejor momento para meditar y calmar nuestra mente
y también la circunstancia. Meditar sobre el principio de la armonía, que
operar universalmente y manifiesta su poder, siempre es de gran utilidad. La
homeostasis, el conjunto de fenómenos que se auto-regulan para mantener el
equilibrio, también se produce allí. Notros somos parte activa del
universo. Jesús lo demostró cuando los
discípulos pensaban que la barca en la que navegaban se hundía; él calmó el
viento y las olas. La armonía y el equilibrio están siempre disponibles,
debemos saber activarlos.
El lugar no siempre lo podemos
escoger. Debemos meditar donde podemos y cómo podemos, lo mismo sucede con la
oración. Oramos al despertar o al ir a dormir, pero también lo hacemos cada vez
que sentimos necesidad.
La preparación individual se
refiere a qué hacer con el cuerpo y en especial los ojos. Con el cuerpo no hay
que hacer nada, dejarlo en paz y relajarse. Con los ojos es posible cerrarlos o
mantenerlos ligeramente abiertos. Algunos tratan de orientar la mirada al ojo
de la mente que sitúan en la frente. Para algunos puede ser conveniente, pero
no es muy relevante. Lo mismo qué hacer con las manos. Es posible colocarlas
con la palmas abiertas al cielo, sobre las rodillas,
o a la altura de la ingle; o cerradas y hacia abajo sobre las rodillas. Algunos
adoptan incluso la unión del índice con el pulgar. A quien le beneficie que lo
haga, quien no, que se sienta libre.
La parte que sí es relevante es la respiración. Lo he comprobado en una cinta de
correr que mide el ritmo cardíaco. Si, por ejemplo estaba con un ritmo de 120
con la agitación normal, al comenzar a practicar la respiración de la
meditación reducía el ritmo a menos de 100. En cambio si el ritmo era de 100 lo
reducía digamos a 88. Estos son datos indicativos, no siempre sucedía lo mismo.
Pero me pareció maravilloso que, con la respiración se puede serenar el ritmo
cardíaco y con ello, la agitación de la mente. Se dice que algunos yoguis
llegan incluso a detener el corazón.
La respiración simple es de dos
pasos, inspirar y espirar. Se puede hacer con un ritmo de cuatro segundos cada
paso. La respiración natural es lo que hacemos desde nacer sin pensar. El punto
importante es la coherencia entre el
ritmo de la actividad y el ritmo respiratorio. La falta de coherencia es lo que
produce el agotamiento.
La respiración más adecuada es de
cuatro pasos: Inspirar, sostener el aire, espirar, y mantenernos sin respirar.
Es posible comenzar con un ritmo de cuatro segundos cada paso. Luego ampliar a
seis, más adelante a diez y los muy, muy avanzados pueden pasar a veinte. No
interesan los números lo que interesa es la calidad armoniosa del proceso. En
esto no importa el destino, no hay que llegar a ningún lado, lo importante es
el gozo en el hacer.
Algo que ayuda es realizar alguna
afirmación positiva y bella, con cada
fase o paso de la respiración; la estética es importante en la meditación.
Veamos un ejemplo concreto:
1.
Inspirar: Afirmar mentalmente: “Me lleno de energía, el Espíritu me renueva”.
2.
Sostener el aire: Afirmar: “Llevo alegría a cada célula de mi cuerpo.”
3.
Espirar: Afirmar: “Exhalo felicidad y compasión al mundo.”
4.
Sostener la respiración (no respirar):
Afirmar: “Me gobierna la armonía.”
Recomenzar el proceso y hacerlo
por cinco minutos como mínimo hasta que el ritmo cardíaco y la actividad mental
se calmen. El procedimiento combinado contando los segundos puede ser un poco
complicado para algunos, por ello sabiendo los conceptos, se simplifica el
procedimiento relacionando mentalmente un solo concepto con cada fase. De esta
forma:
1. Inspirar:
Energía
2. Sostener:
Alegría
3. Espirar:
Felicidad
4. Sostener:
Armonía
Reconozco mi gratitud a distintas
fuentes: hinduismo, budismo clásico y tibetano y al budismo zen. Para casos de
apremio, como un accidente o una catástrofe, hay un procedimiento simple de
transformación que da Thich Nhat Hanh: Inspirar: Mentalmente repetir: Respiro y calmo mi cuerpo. Exhalar y
repetir: “Mi ser sonríe”. Habitar este
momento presente, es un momento maravilloso. Un momento de transformación.
Hacerlo hasta que el rostro sea una sonrisa y todo el cuerpo sea una
alegría.
Con la mente serena y,
establecido el ritmo respiratorio se puede comenzar con la meditación propiamente
dicha. Más adelante veremos los diversos tipos de meditación.
Que la jornada sea armoniosa y
bendita con amor hacia todo el universo.
©Pietro Grieco